Acoso moral – Lic. Silvia Calabria

Pedro llegaba todos los días puntualmente a la oficina. Quizás a causa de su timidez o su inseguridad, no lograba establecer una relación relajada con su jefe. Trabajaba en el mismo piso que él, sin embargo, se comunicaban virtualmente. Así fue que casi sin verse las caras, con el correr de las semanas y los meses, los malos entendidos se fueron multiplicando. Pedro leía los mensajes de su jefe y se ponía nervioso. En los escuetos intercambios cara a cara, tartamudeaba, tenía palpitaciones, se ruborizaba.

Por su parte el jefe, le daba órdenes cada vez más difíciles de cumplir; lo trataba con más exigencia que los demás y con especial antipatía…el más mínimo error del joven se convertía en un cataclismo del que se enteraba toda la empresa: el jefe aumentaba sus faltas con una implacable lupa, que solo usaba para él. Y cada vez que Pedro trataba de decir algo al respecto, su jefe lo ignoraba o lo ridiculizaba delante de sus compañeros…

Esta rutina se volvió cada vez más angustiante para Pedro. Trabajaba cada día más y mejor, pero por mucho que se esforzara, no había caso el jefe siempre le encontraba una falla, una excusa para maltratarlo. Todo siguió así hasta que se enfermó y tuvo que faltar a su trabajo. El malestar se convirtió en depresión. Ya no podría volver a la empresa. Su angustia y su temor eran tales que decidió renunciar a su puesto …Tiempo más tarde, Pedro se dio cuenta, terapia de por medio, que había sido víctima de “acoso moral”

La Dra. MARIE-FRANCE HIRIGOYEN autora del libro “EL ACOSO MORAL-EL MALTRATO PSICOLÓGICO EN LA VIDA COTIDIANA “de Ed. Paidós, es médica psiquiatra e investigadora de la especialidad de Victimología, una rama de la Criminología, cuyo objeto de estudio es el análisis de las secuelas psíquicas en las personas que sufrieron atentados o agresiones diversas,

Ella plantea en su libro que hay” ACOSO MORAL cuando, básicamente, dos personas ocupan dos roles claramente definidos un individuo es el perverso y el otro es la víctima y entre las dos medias una relación violenta. No obstante, la violencia física pocas veces se concreta. Son más bien los silencios o la manipulación verbal, las miradas agrias, los comentarios hechos por lo bajo y las burlas, las manifestaciones que punzan sobre un otro que es objeto del acoso.

“El perverso es un individuo carente de escrúpulos, calculador, manipulador, egocéntrico, de naturaleza fría y despiadada. Estamos frente a personas que presentan un trastorno en su narcisismo, por lo cual hablamos de psicopatología, de enfermedad. Estas personas están de espaldas a la realidad, se creen dioses o genios y buscan permanentemente admiración del otro, no soportan ser iguales a todos los hombres. Por esta razón tampoco soportan lo intrínsecamente humano y, por lo tanto, no se pueden poner en el lugar del otro.”

Hay una unidad en el discurso del perverso. No hay fisuras y todos los días hay quién encuentra placer en el dolor. A diferencia del masoquista, la persona perversa no se infringe daño alguno. Síntoma que atraviesa todas las épocas, algunas personas encuentran la satisfacción en el dolor ajeno. Y sus discursos son en esencia, discursos totalitarios que niegan la subjetividad del otro.

LA VÍCTIMA MENOS PENSADA…

Con el fin de identificar a las personas expuestas a un posible “acoso moral” tal vez sea necesario desembarazarse del sentido común. Puesto que, a diferencia de lo que podría suponerse a primera vista, no son las personalidades débiles las que se convierten en “carne de cañón” de los abusadores. Por el contrario, suelen ser víctimas de acoso quienes reaccionan contra el autoritarismo y no se dejan avasallar. Su capacidad de resistir a las presiones las coloca en el blanco de ataque. Al mismo tiempo, no son personas haraganas o ineficaces, todo lo contrario.

“El perverso no elige a cualquiera para ejercer su destrucción y, como se siente carente de vida propia, suele seleccionar a seres con mucha vitalidad para vampirizarlas y alimentarse de su energía. Pescan las grietas de la víctima y se filtran por ahí”
De aquí surge otra característica de los elegidos por el abusador: tiene cómo principio básico el sacrificio por los demás, el trabajo, la honradez a toda costa. Ofrecen a los demás una tolerancia e indulgencia que no se dan así mismos asumiendo un papel reparador del narcisismo del otro. “Una especie de misión por la que sienten que deberían sacrificarse los conduce al maltrato”

La “víctima ideal” en esta serie de relaciones, es una persona escrupulosa que tiene una tendencia natural a culpabilizarse. “A este rasgo de la personalidad puede señalárselo como un carácter pre-depresivo”, señala la investigación de M. F. Yrigoyen.

CUANDO EL ABUSO ES EN LA CASA

…Desde el comienzo del noviazgo, Juan siempre fue muy crítico con Ana. Cuando comparten reuniones con amigos él hace comentarios capciosos delante de los demás y ella no puede contestarle nada. Juan suele utilizar un tono indefinido como para poder después de lanzar el dardo, defenderse diciendo que hablaba “en broma” acerca de su mujer. Así se maneja también en la intimidad. La llama “feíta” con el mismo registro “bromista”. Aun así, cuando Ana intenta ponerle freno a la agresión y se planta firme frente a él, Juan adopta un tono de fría hostilidad y alejamiento. No reconoce las críticas de Ana e intenta dejarla en ridículo.

“En el vínculo de pareja las víctimas registran la violencia, pero, como se sienten confusas, inseguras, debilitadas en su estima y en su “Yo” se justifican y dicen: “el (o ella) antes era tan cariñoso, debe estar mal, lo voy a soportar porque ha sufrido mucho”. Y permanecen allí, en el intento infructuoso de cambiar a su pareja. Ante la agresión, oscilan entre la angustia y la rabia, pero como están paralizadas, dejan de luchar y se hunden. Cuando logran separarse o proponer el divorcio se sienten con culpa y se defienden mal.”

Se da un intercambio particular, porque el que domina la situación se ocupa de construir un “mensaje paradójico” y esto se da tanto para lo familiar como para el trabajo: es un mensaje difícil de decodificar. Su meta implícita es sumir al otro en la confusión para desestabilizarlo. De este modo el agresor mantiene el control de la situación y enreda a su víctima con sentimientos contradictorios. La mantiene en falso y se asegura la posibilidad de hacerla caer en un error. La finalidad de este proceder es la de recuperar una posición dominante y de tal modo, controlar los sentimientos y los comportamientos del otro. Pudiendo llegar incluso a que la víctima termine por aprobarlo todo, al tiempo que se descalifica a sí misma. Nunca se vence a un perverso, pero las víctimas sí pueden “aprehender” importantes lecciones de vida. “La persona acosada debe analizar fríamente el problema. En el caso de que el acosador sea su pareja debe renunciar al ideal de tolerancia absoluta y reconocer que esa persona está enferma y puede ser peligrosa. Cuando renuncie a entrar en el juego lo que ocurrirá es que generará en el agresor más violencia. Por eso es importante que la víctima logre ignorar al agresor para no volver a caer en su trampa. Hay que buscar ayuda: testigos para abrir el juego y que medie una tercera persona para negociar”.

No es sencillo desprenderse del asfixiante corsé del acoso moral porque para poder lograrlo, la víctima debe modificar sus esquemas habituales de comportamiento. ¿Cómo convencerse que ese otro jamás valorará nuestro genuino esfuerzo y voluntad? ¿de qué manera entender que nunca dejaremos satisfechas a determinadas persona, ni siquiera entregándoles toda nuestra energía creadora y vital? Son preguntas sin respuesta y sin sentido en estos casos puesto que se dirigen a un imposible. El perverso no se comunica con el otro y tampoco quiere hacerlo.

Aprender a tranquilizarse y esperar el momento indicado para salirse de ese incómodo molde es el objetivo. En el fondo de sí misma, la persona atacada debe guardar celosamente su convicción de que su subjetividad merece ser respetada.

PERFIL DE UNA PERSONA PERVERSA—Extracto del libro “EL ACOSO MORAL” de MARIE-FRANCE HIRIGOYEN-

“El perverso no nombra nada, pero lo insinúa todo. La víctima por su parte intenta comprender:” ¡qué le habré hecho?¡qué tendrá que reprocharme? Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Y esto sucede tanto en el ámbito laboral cómo en el seno familiar.

Rechazar el diálogo es una manera hábil de agravar el conflicto haciéndolo recaer completamente en el otro. A la víctima se le niega el derecho a ser oída. Al perverso no le interesa su versión de los hechos, y se niega a escucharla.

El que rechaza el diálogo viene a decir sin decirlo, directamente con palabras, que el otro no le interesa o incluso, no existe. Con los perversos el discurso es tortuoso, sin explicaciones, y conduce a una alienación mutua. Nos vemos obligados a interpretar.

Como la comunicación verbal directa le es negada, es usual que la víctima recurra a manifestarse por escrito. Escribe cartas dónde pide explicaciones sobre la reprobación que percibe, pero, como no tiene respuesta, vuelve a escribir, esta vez preguntándose qué aspectos de su comportamiento son los que podrían justificar la actitud que percibe.

Con objeto de justificar el comportamiento de su agresor, la víctima puede llegar a pedir excusas por lo que haya podido hacer conciente o inconscientemente.

Asimismo, el mensaje de un perverso es voluntariamente vago e impreciso y genera confusión. Cómo sus declaraciones no responden a una relación lógica, puede sostener a la vez varios discursos contradictorios. Tampoco suele terminar sus frases. Los puntos suspensivos son una puerta abierta a todas las interpretaciones y a todo tipo de malentendidos. Envía mensajes oscuros que luego se niega a esclarecer.

En suma, uno de los objetivos principales de la persona perversa es la desestabilización del otro. Este propósito se articula con las siguientes tácticas cotidianas dirigidas a la víctima:

-Burlarse de sus convicciones, de sus ideas políticas y de sus gustos.
-Dejar de dirigirle la palabra.
-Ridiculizarlo en público.
-Ofenderlo ante los demás.
-Privarlo de cualquier posibilidad de expresarse.
-Hacer alusiones desagradables, sin llegar a aclararlas nunca.
-Poner en tela de juicio sus capacidades de juicio y decisión.

PERVERSIÓN Y NARCISISMO

La noción de perversidad implica, entonces, una estrategia de utilización del otro y luego una estrategia de destrucción del otro, sin que se produzca sentimiento de culpa alguno.

La concepción de la “perversión” por su parte, tiene una ligazón estrecha con el narcisismo No hacen daño de exprofeso hacen daño porque no saben existir de otro modo A ellos también los hirieron durante su infancia, e intentan sobrevivir de esta manera. Esta transferencia del dolor les permite valorarse en detrimento de los demás.

Cómo es la personalidad de un narcisista:

-El sujeto tiene una idea grandiosa de su propia importancia.
-Lo absorben fantasías de éxito ilimitado y de poder.
-Se considera “especial y “único”.
-Tiene una necesidad excesiva de ser admirado.
-Piensa que se le debe todo.
-Explota al otro en sus relaciones interpersonales.
-Carece de empatía.
-Tiene actitudes y comportamientos arrogantes.

CÓMO TRABAJAN LAS TERAPIAS

“Lo ideal es evitar llegar a la desestabilización total o la “pulverización” que se traduce en disímiles manifestaciones físicas como es el estrés provocado por un organismo que se acostumbra a reaccionar adoptando un estado de alerta y produciendo sustancias hormonales. También se provoca una depresión del sistema inmunitario y una modificación de los neurotransmisores cerebrales.”

En su libro “EL ACOSO MORAL” Marie-France Irigoyen señala que las terapias cognitivo-conductistas son apropiadas para modificar los síntomas y las conductas patológicas. Por medio de técnicas de relajación, el paciente aprende a reducir su tensión psíquica, sus trastornos del sueño y su ansiedad. Este aprendizaje resulta de gran utilidad en las situaciones de acoso en la empresa, y cuando la persona agredida tiene todavía la posibilidad de defenderse.

“Cuando la situación de acoso se vive en la pareja, hay que hacer un trabajo de duelo, pues a veces las personas no se separan por miedo a la soledad. Hay que fortalecer su “yo” y su autoestima y trabajar por nombrar la perversión y aprender a discriminarla, para liberarse de la culpa y de la negación. También se trabaja sobre los sentimientos encapsulados como son la ira y el enojo. Se trata, en definitiva, de reconocer lo humano en nosotros mismos, identificar el sufrimiento y mirar de frente a quienes nos lastiman”

Lic. Silvia Graciela Calabria
PSICÓLOGA
M.N.16036

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