Algunas consecuencias psicológicas en las distintas franjas etarias – Vulnerabilidad y fortalezas – Lic. Maria Patricia Sanchez

Este artículo está enmarcado en la pandemia por el Covid 19, que ha transformado la vida al mundo entero, con consecuencias sociales, económicas, culturales. En el ámbito psicológico, se han observado manifestaciones clínicas nuevas asociadas a estas circunstancias, y en otros casos la intensificación de cuadros clínicos preexistentes.

 

En circunstancias de la medida preventiva del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), que se tomó en el mes de marzo en nuestro país, se priorizaron los grupos se riesgo en dos dimensiones; por edades y por enfermedades (riesgo de cuadros respiratorios, diabetes, pacientes oncológicos, y quienes tenían comprometido su sistema inmunológico).

En cuanto a las edades el ASPO se focalizó especialmente en dos grupos de modo estricto: mayores de 65 años y también niños/as, ya que podrían contagiar fácilmente a los grupos de mayor vulnerabilidad

En general la pandemia se vivió con mucha incertidumbre laboral, la alteración o suspensión de proyectos personales, en la vida social, etc.

La Facultad de Psicología de la Universidad de Bs As. (UBA), publicó un compendio de sugerencias para poder sobrellevar esta medida (mantener los horarios del sueño, no sobrecargarse con las noticias todo el día, hacer alguna ejercitación física, armarse un nueva rutina, proponerse aprender algo nuevo por internet, etc.) (1) para poder sobrellevar algunas complicaciones en el estado de ánimo que más frecuentemente empezaron a aparecer como: miedo; frustración; enojo; ambivalencia; desorganización; tristeza; soledad; aburrimiento; sensación de encierro; ansiedad.

Estas nuevas rutinas sugeridas apuntan a disponer las actividades de modo que nos permitieran regular también los momentos del día y el descanso de la noche, evitando así, tal como lo expresa Anselm Grün en su libro “Cuarentena. Cómo lograr la armonía en casa “: “(…)  la semana, el mes entero se convierte en una masa amorfa de tiempo, la vida pierde su sabor, se vuelve insípida.”

La pandemia volvió a hacer visible la muerte como posibilidad fáctica. La idea de muerte que en esta época la sociedad ha tratado de suprimirla o “disimularla”- idealizando la eterna juventud-, o negándola como hecho natural.

A partir del momento en que apareció este virus, también llegó el miedo al contagio y a la muerte como una amenaza real, ya sea a la propia muerte como a la pérdida de un ser querido: “…la amenaza de la enfermedad y de la muerte, el sufrimiento por nuestro desamparo” dirá Grün.

Los necesarios protocolos vienen a modificar hábitos (lavado de manos, limpieza con lavandina de las superficies, dejar el calzado afuera al ingresar a las casas, el uso obligatorio del barbijo, etc.) para el cuidado de sí y del otro/a. En este sentido se hace relevante la práctica de reciprocidad, solidaridad, y el concepto de “Nadie se salva solo” como dijera el Papa Francisco (3), o en el mismo sentido Grün: “… cómo toda la sociedad quiere superar esta crisis en común. Actúan de acuerdo con la siguiente fórmula: «me protejo para protegerte»”.

En la observación de la clínica, en algunas personas en función de los protocolos mencionados, se potenciaron comportamientos obsesivo –compulsivos.

Transcurridas las primeras etapas, y al extenderse los plazos de la medida, entre el temor y el escepticismo, algunos rasgos de personalidad que hicieron más persistentes.

En los meses de marzo y mayo, la Facultad de Psicología hizo dos relevamientos entre la población y concluyó que se presentaron como síntomas principales asociados a la pandemia: ansiedad; desanimo/ depresión; insomnio o trastornos en la continuidad del sueño reparador, o exceso en las horas de sueño (4): «Dormir más de lo habitual es considerado un síntoma depresivo atípico que suele acompañarse de falta de interés por el mundo externo y baja autoestima. La huida al mundo del sueño parece ser un recurso frente a la frustración de la vida en cuarentena», precisó el estudio en sus conclusiones. En tanto sostiene el artículo que la búsqueda de ayuda profesional fue menor al 10%, en tanto que, frente a esos síntomas, aumentó el recurso de medicación y/o alcohol.

Cobró importancia por excelencia la tecnología para recuperar de algun modo la comunicación y el “contacto”.

En el ámbito profesional psicólogos y psicólogas comenzamos a utilizar el trabajo on line, o las clases virtuales en remplazo del dispositivo presencial. Las distintas aplicaciones de reuniones/ conferencias, o video llamadas sirvieron para mantener la atención terapéutica a los pacientes y hacer frente a la imposibilidad de concurrir al consultorio.

En las personas que conforman el sector laboral activo de nuestra sociedad, la incertidumbre fue lo más palpable que se registró en la pandemia. Aparece la opción del teletrabajo, lo cual también trajo la dificultad de no tener el necesario “corte” entre el trabajo y la dinámica del hogar; además de otros factores que requieren de la regulación formal de esta nueva modalidad.

En las personas mayores comenzaron a manifestarse algunas sensaciones y emociones como sentimientos de angustia por no poder ver a sus hijos o nietos. También al perder autonomía y empezar a depender de familiares o personas vecinas para sus compras de alimentos y medicamentos afloraban (en varios casos) sensaciones de poca valorización de sí. En los casos más severos, -donde existía alguna base preexistente- encontramos cuadros de tristeza, desorganización, reactualización de duelos patológicos.

En el otro extremo etario encontramos a los niños y las niñas: el encierro y la suspensión de las clases presenciales, generó una pérdida de su espacio compartido con pares, es decir del intercambio social.

Si tomamos conciencia de que esta situación provocada por la pandemia es transitoria, no definitiva, podemos empezar a ver qué cosas pueden colaborar frente a estos ánimos y desánimos.

En las personas mayores, tiene importancia el cuidado del sueño reparador y de la alimentación, pero también la comunicación con video llamadas, o aplicaciones donde puedan verse con sus seres querido, o contar algún cuento a sus nietos/as, apoyarse es sus talentos o habilidades, y proponerse una meta o proyecto.

En la práctica profesional se observó en esta franja etaria que la necesidad de comunicación o de sostener una terapia, fue el motor para que gente mayor aprenda o mejore el uso de la computadora, o el WhatsApp.

En los niños/as, ocurre algo inédito que es contar con la presencia física de los padres en la casa, cosa que, en el ritmo de vida laboral de los padres, generalmente pasan muchas horas entre el colegio, actividades extraescolares, o a cuidado de abuelos, o de niñeras.

El aburrimiento o el stress pueden ser dos consecuencias de la falta de motivación, o de un exceso de actividades escolares (en ocasiones las tareas enviadas o en los blogs de las escuelas superan lo que es posible realizar y aprehender por el niño/la niña). Es un error pretender que los padres reemplacen a los docentes, y a veces pueden verse sobrepasados, por eso es importante destacar que respetando ese vínculo (alumno – docente), la familia funcionara como puente. También pueden ser facilitadores responsables para que por medio de las herramientas virtuales los niños/as realicen algún encuentro con sus pares.

En casos severos, puede presentarse un retraimiento, depresión, ansiedad, lo cual requerirá de consultas a profesionales pediatras en primer lugar para evaluar posibles derivaciones.

En el caso de los niños/as en general es necesario crear condiciones de escucha y de espacios propios, entender los tiempos de atención de los niños, ayudarlos en el sostén de rutinas que sirven como organizadores de tiempos en la dinámica personal y familiar. Son consideraciones importantes: fortalecer su autonomía a partir de nuevas enseñanzas y posibilidades; y en las dinámicas y actividades de la casa que sean copartícipes en la organización y las tareas. Un reconocido psicopedagogo italiano, Francesco Tonucci, propuso transformar la casa en un “laboratorio”, reemplazar el eje de las tareas escolares convencionales por aquellos aprendizajes que pueden hacer en este tiempo junto y con la supervisión de alguna persona adulta: cocinar, lavar, revisar algun álbum de fotos, aprender sobre tradiciones familiares, y registrar a modo de “diario” estas experiencias de la cuarentena. (5)

 

La adolescencia, en sí misma es una etapa de cambios, externos e internos, de inestabilidad en los estados de ánimo, donde pueden vivirse con angustia e incertidumbre, en general también hay una cantidad de actividades que los jóvenes llevan a cabo, ¿qué ocurre con este tiempo real y con la vida social? Las horas junto al grupo familiar, la convivencia y la necesidad de contar con momentos de espacio y tiempo propios son fundamentales. Quizás sea práctico organizar que dentro de los espacios que disponga la casa, se contemplen momentos de exclusividad.

En esta edad pueden presentarse cuadros de depresión y de trastornos alimenticios en cuadros severos.

Seguramente más allá de la edad, comprendemos la importancia de una buena convivencia, mayor tolerancia, comprensión y distribución de tareas.

Quería subrayar que no sólo podemos hablar sobre la vulnerabilidad, sino también ver las posibilidades y fortalezas desde donde apoyarse en este tiempo complejo.

El aprendizaje en lo práctico y en lo reflexivo, y la suficiente capacidad de adaptación a esta nueva realidad y a los desafíos que nos toca enfrentar, son las claves que nos permitirán:  transformar los límites en horizontes.

Lic. M. Patricia Sánchez, Psicóloga.

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