Este trabajo pretende ser una reflexión sobre nuestra tarea, combinando dos variables, el rol del terapeuta y el concepto de crisis.
La práctica clínica de estos últimos tiempos enfrenta al terapeuta con una realidad altamente compleja. La aguda incidencia del factor socioeconómico en la subjetividad se ha convertido en una variable que cuestiona la intervención del terapeuta interpelando sus creencias y sus construcciones teórico prácticas. Esta época crítica desafía nuestros saberes y abre en nosotros nuevos y profundos interrogantes.
Si pensamos este tiempo como una época crítica, necesitaremos revisar brevemente algunos aspectos relevantes del concepto de crisis. Como ya hemos escuchado a lo largo de la jornada, existen varias conceptualizaciones acerca de éste término. Para algunos autores crisis es una perdida repentina de los aportes básicos del sujeto, un desequilibrio entre la intensidad de una situación y los recursos del sujeto para manejarla. Desde una perspectiva psicoanalítica, los autores parecen acordar en que la situación de crisis implica un desborde del yo, que lo impulsa a una cierta transformación interna, una reorganización mediante la cual se desarrollan nuevos recursos para superar el estancamiento. Los aportes del cognitivismo definen el estado de crisis como una violación de las expectativas de la persona sobre su vida por algún suceso traumático, o la incapacidad del individuo o su mapa cognoscitivo para manejar situaciones nuevas y traumáticas. No es el propósito de este trabajo detenernos en los distintos aportes relativos al concepto de crisis, sin embargo en este breve recorrido nos interesa identificar algunos conceptos claves.(filmina) Amenaza de pérdida o pérdida, desequilibrio, ruptura, quiebre, desorganización, trastorno, paralización, incapacidad, fracaso de soluciones habituales.(filmina) Caplan propone que el factor esencial que determina la aparición de una crisis es el desequilibrio entre la dificultad e importancia del problema y los recursos de los que se dispone inmediatamente para enfrentarlos. Karls Slaikeu en su definición sobre crisis, recoge algunos de estos puntos centrales. Conceptualiza a la crisis como un estado temporal de trastorno y desorganización caracterizado principalmente por una incapacidad del individuo para manejar situaciones particulares utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas.
Pensemos ahora en el rol del terapeuta…
Podríamos decir que la tarea terapéutica en general y particularmente en el abordaje de la crisis requiere establecer y favorecer condiciones que permitan a los consultantes encontrar alternativas que puedan ser integradoras y equilibradoras. La práctica clínica nos ha impulsado a aprendizajes constantes como búsqueda de un mejor desempeño, construyendo criterios teóricos que han sustentado nuestra labor, desarrollando recursos y habilidades que nos han permitido ser operativos. Podríamos decir que la clínica es el lugar donde nos vamos dando cuenta de hasta dónde nos sirve la teoría.
Sin embargo, este tiempo caracterizado por un “estado de trastorno y desorganización”(1), pueden amenazar nuestras construcciones, situándonos en la necesidad de poner en marcha dinámicas creativas que intenten dar respuesta a nuestros interrogantes y nos permitan intervenciones más eficaces.
Si bien es cierto que este movimiento dialéctico entre nuestra tarea y nuestras construcciones teóricas es inherente al desarrollo profesional, y que la práctica nos cuestiona e impulsa en forma constante a nuevas búsquedas…
La dificultad reside en cómo desempeñarnos en una época encuadrada en la modalidad y características de crisis en la que los terapeutas somos sujetos de y estamos sujetos a dicha crisis. Resulta complejo pensar y producir, en un momento de amenaza presente o inminente, donde la sensación de desvalimiento mina de incertidumbre el ambiente, y se torna difícil tolerar el malestar y el desconcierto. La violencia, el riesgo, la inseguridad, la pérdida de sentido, la devaluación de la vida, la lógica del consumo, la despersonalización, los efectos desbastadores de la desocupación como uno de los aspectos que más inciden en las personas, generando una ruptura sobre un eje fundante de la vida diaria, pueblan nuestra cotidianeidad.
Es en este contexto, donde el terapeuta despliega su rol… y vive.
Considerando entonces que el rol del terapeuta en general y particularmente en las crisis requiere la implementación de variados recursos y acciones que tiendan a restablecer el equilibrio de los pacientes, y que esta función se encuentra fuertemente atravesada por las condiciones del entorno, podemos decir que este tiempo resulta “potencialmente crítico” para el terapeuta (conlleva el riesgo de desencadenar una situación de crisis) (3). El riesgo es padecer “el desequilibrio entre la dificultad e importancia del problema y los recursos de los que se dispone para enfrentarlo” (Caplan), o parafraseando a Slaikeu atravesar “un estado de trastorno y desorganización, caracterizado principalmente por una incapacidad del terapeuta para manejar situaciones particulares utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas”. La amenaza se cierne, entonces, sobre la idoneidad profesional del terapeuta.
Para reflexionar sobre este punto podemos hacer el ejercicio de “mirar” una escena, tal vez para muchos de nosotros reiterada en estos tiempos. Pensemos en un paciente que nos manifiesta su permanente actitud de alerta: “Estoy todo el tiempo tensionada, si voy manejando y paro en un semáforo miro para todos lados, me aseguro de que estén los vidrios levantados, los seguros cerrados, cuando es de noche, paso los semáforos en rojo, ¡ni hablar para entrarlo al garaje! ¡Es un operativo!, con mi familia tenemos un sistema: yo llamo, alguno me espera, saca al perro (asegurándose de haberlo hambreado 5 o 6 horas) y recién ahí abre la puerta con gran precaución. Cuando estoy caminando miro alrededor, trato de no tener nadie por detrás, aprieto fuertemente la cartera. Soy cuidadosa aún si se me acerca un chico con aspecto inofensivo, porque aun así puede ser peligroso. ¡Otra cosa!, vivo pendiente de las entradas y las salidas de los chicos, me cercioro de que estén en casa, que cierren bien las puertas; les doy infinitas recomendaciones. Bueno, ni hablar de los problemas laborales y económicos, la angustia de no llegar a fin de mes o peor aún de perder el trabajo. Bueno además de esto, quería contarle cuál era mi problema….
Sería interesante compartir qué siente cada uno frente a esta escena de este tipo, aunque hoy no lo vamos a socializar se trata aquí de analizar cuál es el impacto sobre la subjetividad del terapeuta y por extensión sobre su desempeño.
Evaluar el impacto de esta situación posee una importancia fundamental, pues tiene una incidencia directa en el sistema terapéutico. La influencia que estas variables ejercen sobre la persona del terapeuta podría ocasionar la implementación de diversos mecanismos de autoprotección o defensa tales como: (filmina) sensación de impotencia, (filmina) quedar capturado en lo anecdótico, (filmina) autorreferencia, (filmina) aislamiento, ausencia de visualización de posibles cursos de acción, inhibición en su potencial creativo, (filmina) padecimiento del síndrome de Burnout, o síndrome de quemarse por el trabajo que se define como una respuesta al estrés laboral integrado por actitudes y sentimientos negativos hacia el propio rol profesional, así como por la vivencia de encontrarse emocionalmente agotado. Esta respuesta ocurre con frecuencia en los profesionales de la salud. Esta originado por una combinación de variables físicas, psicológicas y sociales. Otras posibilidades defensivas que seguramente no son implementadas por los profesionales de Prosam son las de tipo maníaco (filmina).
Identificar estos aspectos en la intervención terapéutica, potencialmente crítica, forma parte de un abordaje preventivo.
Considerar procesos de autoevaluación y desarrollo de estrategias de afrontamiento, es parte de esta tarea preventiva que el terapeuta debe hacer. Las medidas preventivas están estrechamente ligadas a la calidad de vida física, social y laboral. Los aspectos físicos, sociales, emocionales, requieren una consideración personal que se ajustará a las necesidades de cuidado de cada uno. En cuanto al nivel laboral, las intervenciones de prevención dependen, en parte de las opciones que cada uno vaya transitando en su formación profesional y en gran medida del respaldo y de la decisión institucional de crear y mantener condiciones que permitan una revisión permanente de las dinámicas y problemas laborales. A través de la formación, grupos de supervisión de la tarea, o por ejemplo jornadas de estas características que posibilitan un espacio de encuentro y reflexión.
Como reflexión final, tal vez desde un lugar más filosófico, podríamos decir que…
La tarea terapéutica atravesada por esta realidad, sitúa al profesional frente a su propia concepción de la vida, frente a su propia incertidumbre, sus temores, su finitud.
Aceptar la vida como un proceso de cambio, de equilibrio y desequilibrio, es condición de posibilidad para abrir una búsqueda interior que pueda contener un espacio que posibilite pensar, resignificar la incertidumbre y tolerar el riesgo de lo nuevo, de lo cambiante.
Sostener e integrar las paradojas que surgen de la confrontación del mundo de afuera y del de dentro intentando lograr una medida que resulte un punto necesario de equilibrio, requiere una actitud de apertura, flexibilidad y originalidad que el terapeuta debe agudizar.
Aventurarse a lo desconocido para impulsar nuevas búsquedas de métodos y recursos que le permitan operar con nuevas posibilidades, inaugura finalmente el espacio de la creatividad, lugar ineludible de todo desarrollo humano. En palabras de Paul Torrance “Trasponer la puerta de la creatividad es vivenciar cómo una misma situación puede estructurarse de maneras distintas”
Si como terapeutas logramos producir un nuevo posicionamiento frente a los límites que amenazan nuestra propia producción creativa, lograremos sentirnos fortalecidos en nuestras capacidades y recursos y desempeñar confiadamente nuestro rol en las situaciones de crisis. Esto nos permitirá habilitar un camino que facilite el encuentro de nuestros pacientes con sus propias posibilidades.
Sólo desde esta convicción podremos convertir nuestras intervenciones en una invitación que convoque a los pacientes a atravesar sus propias búsquedas con un espíritu creativo.
A modo de conclusión:
Las condiciones sociales actuales sitúan al terapeuta en una posición potencialmente crítica. Su identidad profesional se encuentra amenazada por las circunstancias de complejidad e incertidumbre con las que debe interactuar. Atraviesa un momento caracterizado por el replanteo de la eficacia de sus construcciones teóricas y prácticas. Experimenta la necesidad de revisar su tarea, a través de una búsqueda activa de nuevos y variados recursos. El desafío interpela su creatividad, como posibilidad de dar un nuevo sentido al movimiento interior que lo lanza hacia lo desconocido. Sólo desde esta convicción el terapeuta podrá convertir su intervención en una invitación que convoque a sus pacientes a atravesar sus propias búsquedas con un espíritu creativo.
Lic. María Celina Abuchdid